Maquillaje y más maquillaje, eso es lo que uso para disfrazar mi rostro. Una peluca de colores para ocultar la calva, contra la cual luché y no pude vencer años atrás. Una pelota roja como nariz, que me impide respirar bien cuando me muevo de un lado a otro. Un rídiculo vestido, a veces de pepas de colores, otras veces mitad de un color y mitad de otro, es fresco, pero ridículo de todas formas. Ni hablar de los zapatos, los tontos y exagerados zapatos; supiera la gente como molestan al caminar.
Esa es la vida de un payaso, ocultar su verdaera identidad bajo un estúpido y horrendo traje; una personalidad muy diferente se esconde debajo de esa ropa. Cuan triste es la vida de un payaso fuera de su circo. La gente cree que ser un payaso en fácil, pero no es así, no cualquiera puede hacer o sabe hacer reir a la gente; y mucho menos cuando se trata de niños, tan dulces y crueles a la vez. Decir un chiste cuando ya los he dicho todos, hacer una morisqueta cuando no me queda una más, soltar una gran carcajada cuando se me ha agotado el aire.
Sólo resta hacer lo clásico de nosotros los payasos: fingir que nos caemos y luego sobarnos donde ya sabemos, pegarnos unos a los otros con lo que tengamos en las manos o jugar a la escuela y que estamos en un salón de clases.
Satisface ver como las personas se rien de eso, pero al mismo tiempo uno lo siente tan degradante. Lo más vergonzoso de todo es que terminanos nuestra presentación agradeciendole al público por haberse reído, cuando debería ser totalmente lo contrario, los agradecimientos deben ser para nosotros.
Son las siete de la noche, el circo se está llenando, debo repasar mi número, debo poner m mejor cara, ensayar mi mejor sonrisa.
La función va a comenzar...
miércoles, 7 de enero de 2009
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