lunes, 12 de enero de 2009

SABINE

Eran las ocho de la noche y nevaba en Paris. Era tanto el frío que hacía que las fogatas no daban abasto para los mendigos que estaban en la calle. En uno de los edificios del centro vivía Etienne Bouillot, un joven estudiante de literatura. Había llegado de provincia a estudiar a la capital y había rentado una habitación. La habitación era pequeña, Etienne tenía lo estrictamente necesario, una cama, una mesa, un par de sillas, un ropero y una vieja lámpara que se había encontrado en uno de los pasillos del edificio. Y en una de tarde de invierno que conoció a la mujer que sin pensarlo se convertiría en el amor de su vida. Una preciosa joven había entrado al restaurante; una mujer de piel blanca y una cabellera que le caía hasta los codos. Su cabello negro hacía contraste con la nieve de lascalles, pero era aún más bello el contraste que hacían su cabello y sus grandes ojos azul aguamarina. Su mirada captaba la atención de cualquiera y Etienne no fue la excepción. Ella era Sabina Soulary, la hija del conde de Lorena, quien estaba en la ciudad acompañando a su padre en un viaje de negocios.
Etienne pensaba en como acercársele a aquella linda señorita, cuando en un descuido ella se fue. Etienne pensó que más nunca la volvería a ver. Afortunadamente para Etienne, aquella preciosa dama había olvidado una agenda en una de las sillas, la tomó y la guardó con la esperanza, con la ilusión de que ella regresaría a buscarla al día siguiente. Y así fue, Sabine llegó en la mañana buscar su agenda, pero el dueño del restaurante le dijo que el muchacho que la tenía no llegaba sino hasta las dos de la tarde.
Cuando Etienne llegó a trabajar Sabine lo estaba esperando, y apenas lo vio; no le dio tiempo de hablar y le pidió que por favor le entregara lo que buscaba, porque allí tenía anotado todo lo que tenía que hacer en la ciudad; fechas, nombres, direcciones, teléfonos, etc. Sabine al ver que Etienne no decía palabra se disculpó, le dijo su nombre mas no le dijo quien era. Etienne la invitó a sentarse y a que tomara un café, Sabine aceptó.
Sabine y él hablaron por horas. Desde aquel día Sabine llegaba al restaurante, y cada uno se perdía en la mirada del otro. Pero había llegado el día en Sabine debía volver a Lorena. En la noche, Etienne no pudo dormir, y desde que Sabine partió, Etienne comenzó a escribirle cartas, cada vez que podía se sentaba a escribir, hasta en la noches se desvelaba haciéndolo.
La primavera llegaba a Paris, y Etienne tenía cuatrocientas páginas escritas de memorias, cuatrocientas páginas de confesiones, cuatrocientas páginas de amor de amor a Sabine.
Para ese tiempo se celebraba en la casa Soulary un evento sin comparación en el condado de Lorena, el matrimonio de Sabine y Helmut Striedinger, hijo del conde de Freiburg.
Etienne había sido animado por profesores y amigos a publicar sus escritos, lo pensó mucho pero se decidió a publicarlos y lo hizo bajo el nombre de “Cartas a Sabine”. Etienne se volvió muy conocido en la ciudad gracias a la aceptación de su libro en la alta sociedad parisina y era el invitado especial de muchas reuniones. En muy poco tiempo “Cartas a Sabine” se publicó en toda Francia y Etienne se hizo famoso en todo el país. La noticia traspasó las fronteras de Francia, hasta tal punto que Helmut, el esposo de Sabine, invitó a Etienne a cenar en la casa Stridinger y a conocer a su esposa, a quien le había regalado una copia del libro; pues Sabine era amante a la literatura y como el libro tenía su nombre, le pareció muy acertado obsequiárselo. Helmut no tenía idea de las consecuencias que podía traer esa invitación. Y Etienne aceptó sin saber que el reencuentro con su amada estaba cerca de suceder.
Cuando Etienne llegó a la casa de los condes de Freiburg, los demás invitados estaban esperándolo en el salón principal, toda la elite alemana se encontraba reunida allí para conocer al reconocido Etienne Bouillot. El mayordomo anunció la presencia del invitado de honor y todos concentraron sus ojos en Etienne y aplaudieron al unísono. Enseguida fue abordado por Helmut, que lo guió a donde se encontraba su esposa, en el centro del salón, de pie, Sabine tenía en sus manos una pluma y el libro que Helmut le había dado. Ella sabía que ese libro estaba dedicado a ella y conocí perfectamente a su autor.
Cuando Etienne vio esos mismos ojos azules aguamarina que había visto en el invierno en Paris, quedó atónito, no podía creer que era ella; la mujer que había robado su corazón, la razón del libro que ella sostenía en sus manos. Sabine con sus ojos casi ahogados en lágrimas apartó la mirada dirigiéndola hacia el suelo, y Etienne con una reverencia firmó el libro y tuvo que hacer su mejor esfuerzo para sonreír y fingir que aquella mujer que tenía en frente era absolutamente extraña para él.

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