jueves, 11 de junio de 2009

TRES DÍAS PARA SER FELIZ

Ese martes 3 de febrero Don Gaetano Molina recibió una terrible noticia, la cual él esperaba desde hace tiempo; sabía que estaba enfermo, una leucemia lo consumía desde hacía meses; por lo que no fue una sorpresa saber que su vida en este mundo se le estaba acabando, le quedaban tres días de vida. A Don Gaetano Molina lo vieron salir de la casa del médico del pueblo y no de su consultorio, pues todo estaba cerrado ese día, porque era un día de fiesta en el pueblo.
Don Gaetano Molina iba con su traje y gabardina negra, caminada entre la multitud como si las calles no estuvieran atestadas de gente, toda la gritería de las personas y la música le eran indiferentes. Atravesó toda la plaza hasta llegar a su casa, que era la más grande y lujosa del pueblo, pero siempre estaba a oscuras, Gaetano no hacía lucir la magnificencia de su mansión.
Gaetano era un hombre solitario, no tenía esposa ni hijos, llegaba a su casa y lo esperaba la servidumbre. Otra cosa que Gaetano no tenía era la risa, ninguno de sus sirvientes podía decir que había escuchado a su patrón reír alguna vez. Nunca había mostrado síntomas de felicidad o algo parecido, ni siquiera cuando la cocinera le hacía su sopa de pollo, su favorita. Gaetano era consciente de esto y no quería pasar sus últimos días como resto de los anteriores. Pero por más que pensaba en algo que marcaran esos días no se le ocurría nada, cuanto más buscaba en su mente no encontraba algo que lo hiciera realmente feliz.
Hasta que vio en su jardín a un niño montando en bicicleta, se trataba de Javier, el hijo de la cocinera, que había ido de visita , como no tuvo clases ese día por ser de fiesta.
Gaetano era muy celoso con su jardín y no le gustaba que nadie lo tocara excepto él, y la madre del niño le había advertido no pasar al jardín ni mucho menos que se dejara ver de su patrón. Por eso cuando vio a Don Gaetano con su hijo Felipe se alarmó tanto que dejó la cocina y corrió a salvar a su hijo de los regaños de su patrón. Vaya sorpresa que se llevó cuando se acercó y ver que Don Gaetano estaba charlando con si hijo en lugar de regañarlo, le estaba pidiendo que le enseñara a montar en bicicleta, ya que de pequeño no tuvo a nadie que le enseñara. Y que de niño le molestaba ver como los padres de los demás niños les mostraban como montar en bicicleta mientras él se quedaba en el balcón de su casa.
Don Gaetano llamó por su nombre a la cocinera, Nancy, era la segunda vez que lo hacía en los veinte años que llevaba ella trabajando en la casa. Le pidió que dejara llegar a Felipe después de la escuela por los siguientes tres días, a lo que Nancy no chistó, pues lo tomó como una orden de las Don Gaetano solía dar.
Y así fue al día siguiente, en la tarde después de clases, Felipe estaba con su bicicleta en la mansión. Pero Don Gaetano no tenía la suya, así que ambos salieron al mercado a comprar una bicicleta para él. Don Gaetano parecía otro niño más como Felipe, señalaba todas las que le gustaban y se subía en la que en toda la que pudiera. Esa tarde del miércoles se la pasaron escogiendo cual sería la bicicleta en la que Don Gaetano disfrutaría de sus últimas horas en el mundo de los vivos.
El jueves Felipe, como cualquier profesor que se respetara, llegó muy puntual a dictar su clase de manejo. Entró por la puerta de atrás, saludó a su madre, tomó una guayaba de las que estaban en la mesa y se dirigió al jardín. Ya Don Gaetano lo esperaba con ansías, y como no, si iba a aprender lo que siempre quiso hacer cuando era niño. Felipe le explicaba como si se tratara de un niño de su edad, y Don Gaetano prestaba mucha atención a las explicaciones de su pequeño maestro. Al principio hubo muchas caídas por parte de Don Gaetano, por lo que implicaba tenerle paciencia, la cual, Felipe tenía de sobra, sino habría renunciado en la primera hora de clase. Después de probar el suelo muchas veces Don Gaetano logró mantener el equilibrio y andar unos diez metros, Don Gaetano soltó un grito de alegría que no sólo se oyó en la casa, sino una cuadra a la redonda. Varios vecinos llegaron a preguntar que había pasado, que quien había gritado así. Era la primera vez que veían a su vecino gritar de gozo, y no de mal genio, como solían verlo.
El viernes ya Don Gaetano tenía aprendida la lección, sin embargo le pidió a Felipe que no dejara de llegar a su casa, para tener con quien competir por todo el jardín. Llegó el sábado y toda la servidumbre se esperaba lo peor, que en cualquier momento Don Gaetano se complicara y falleciera.
Desayunó lo de siempre, se reposó aunque se sentía mal no dijo nada, lo disimuló y tomó su bicicleta, los sirvientes lo seguían con la mirada. Montó en bicicleta todo el día, mientras todos en la casa estaban en ascuas. Hasta el médico del pueblo llamó para saber como se había amanecido Don Gaetano.
Se acercaba la tarde y Don Gaetano seguía pedaleando en el jardín, llegó la hora de la cena y él sólo pidió un jugo de mora, se detuvo para bebérselo y en cuanto terminó volvió a su más preciada adquisición. Pedaleó hasta que se cansó, dejó la bicicleta recostada al árbol más grande del jardín y se retiró a su habitación.
En la madrugada, Nancy siente pasos en las escaleras, se levanta a mirar, es Don Gaetano caminando hacía el jardín. No le dijo nada, retrocedió y se metió de nuevo en su cama, en donde el sueño la abrazó como nunca antes.
El domingo en la mañana se levantó, hizo el desayuno de todos los días y subió a llevárselo a Don Gaetano, pero él no estaba en su habitación. Entonces se acordó de que lo había visto en la madrugada yendo hacía el jardín, dejó la bandeja y corrió .Cuando llegó al jardín encontró a su patrón muerto al lado de lo que había sido su entretención por esos días, Don Gaetano Molina se había ido al cielo montado en bicicleta.

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